10.11.21

Primeras páginas de «Renacen las sombras» (Editorial La Huerta Grande, Madrid, 2021)

Pinchando en la imagen podrán leer las primeras páginas de mi nueva novela, Renacen las sombras (Editorial La Huerta Grande, Madrid, 2021):




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16.4.21

Mi hoplita

Este hoplita me acompaña desde hace más de quince años porque con él quiero siempre recordar que Sócrates fue uno de ellos; aquello que se podría considerar la clase media ateniense cumplía sus obligaciones militares como hoplita, porque era la clase que se podía pagar la lanza, la espada y el escudo (hoplón) por el cual era reconocido este ejército. Mi hoplita, del siglo V a.C., sigue metido en su envoltorio, como corresponde a todo gadget que se precie, tiene su espada guardada, carece de lanza y el casco impide conocer sus rasgos, así que si me lo encontrara por allí sin él puesto no sabría que se trata de mi hoplita.
Me acordé de él cuando vi 300, película basada en el cómic de Frank Miller, y no dejó de impresionarme (para bien y para mal) por varias razones. Una de ellas son los efectos especiales que tanto me gustan y que aquí son impecables; otra es por la no tan ingenua tergiversación de la historia, en la que Jerjes es negro y drag queen (y encima se pone a la cabeza de su ejército, al descubierto, sin protección), los persas unos bárbaros, los oráculos bailan como en videoclip, la clase sacerdotal es leprosa, y los espartanos son unos modelos de revista sensibles, valientes y civilizados, cosa que, no lo dudo, pudo haber sido así. Pero, ¿los persas presentados como unos bárbaros? Persia era una cultura envidiada por Grecia por su refinamiento y sofisticación; la Persia de Ciro el Grande era el modelo a seguir y no en balde Alejandro quiso hacerse dueño del territorio que una vez perteneció a los aqueménidas. Así que me parece otra visión etnocéntrica y racista de Hollywood cuando presenta a los persas como esos dañados y feos seres mientras que Esparta (¡la Esparta que eliminaba bárbaramente a sus hijos deformes y estaba encantada con la esclavitud!) es ese lugar donde la justicia es tan amplia que hasta las mujeres podían hablar en la asamblea de la polis. La historia hecha añicos en beneficio de la ideología. Como siempre.

11.4.21

McCarthy y la lectura superficial

La Carretera
Cormac McCarthy
Confieso que cada día atesoro menos (buena) disposición para leer cierto tipo de libros, y tengo plena conciencia de que puede tratarse de un problema lector que me concierne a mí, y no a los libros que ya no quiero leer. Por varias razones: porque no los entiendo; porque los entiendo y no entiendo qué es lo que les celebran tanto; porque cada vez que me los pongo delante de los ojos se me cierran, como huyendo de un discurso que nada me dice. El aburrimiento es libre y por eso cada uno de nosotros tiene derecho a entretenerse con lo que le plazca, desde el horror de los grandeshermanos (que han hurtado obscenamente una excelente idea narrativa de Orwell) a las consideraciones lógicas de Wittgenstein o los chistes renacentistas de Leonardo. Diciendo esto no quiero escaquearme como un caballo de ajedrez para no enfrentar el asunto sin tapujos: quizá lo que ocurre es que cada vez somos más superficiales, narrativamente hablando, cuestión que de ningún modo me quita el sueño.
Porque si tener esta sensibilidad narrativa significa tragarse completo el tostón que es La carretera, la premiada (y alabada, y consentida, y celebrada y añoñada) novela de Cormac McCarthy, pues prefiero seguir disfrutando de las vicisitudes de las expulsadas fábulas entre Nueva York y las tierras natales, la verdad. Y es que esta novela de McCarthy tiene más de doscientas páginas de texto plaano y leeento, de discurso aparentemente apocalíptico, más bien apocaestítico, que te obliga a seguir a un padre y a su hijo por un Estados Unidos devastado por el invierno nuclear. Quizá como relato la anécdota habría sido más efectiva, porque es meollo insuficiente para el universo de la novela, pienso, y puedo estar equivocado.
Este libro no es para mí (cuando leí Todos los caballos bellos la cosa mejoró un montón). El libro ha tenido su éxito merecido entre los lectores entusiastas y los críticos profundos; pero creo que deberían poner una advertencia para los lectores banales como yo: «Manténgase alejado de los videojugadores, hiperquinéticos crónicos y de los que ya vieron la maravillosa The Straight story, de Lynch». Quedan advertidos. Después no se quejen. Como yo.